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HISTORIAS | ||
02.05.2023 |
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El calvario de las mujeres tras la caída de Berlín: violaciones masivas del Ejército Rojo y ola de suicidios |
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El final de la guerra es conocida como la Hora Cero de Alemania. pero la paz y el bienestar no fueron inmediatos. Hubo mucho dolor y horror. Escasez de alimentos y abusos. Los niños que nacieron 9 meses después de la caída se los conoció como “los bebés rusos”. Las razones del silencio posterior | ||
PorMatías Bauso | ||
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La Caída de Berlín dejó a la ciudad en ruinas. Sus habitantes pasaron hambre y mucho dolor. Las mujeres fueron violadas sistemáticamente (Getty Images) | ||
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Berlín, mayo de 1945. El que pensó que lo peor ya había pasado se equivocó. Vladimir Gelfand era teniente del Ejército Rojo. Era joven, ucraniano y judío. Hacía años que combatía. Ahora avanzaba sobre Berlín. A escondidas llevaba un diario de sus días en el frente, aunque era algo prohibido por sus superiores: temían que ese material cayera en manos enemigas y temían, también, que se filtraran críticas a la comandancia y los mandos políticos. Gelfand está en Berlín. En un rato libre tomó una bicicleta que encontró en bastante buen estado y recorrió las orillas del Río Spree. En su paseo se cruzó con un grupo de mujeres. Anota en su diario: “Me crucé con varias mujeres alemanas que caminaban en grupo. Llevaban valijas y varios bultos. Como pude, con mi mal alemán, les pregunté dónde iban, por qué abandonaban sus casas. Con horror en sus caras me contaron lo que les había ocurrido la primera noche que arribó el Ejército Rojo a la ciudad. ‘Me violaron, dijo una de las más jóvenes de las mujeres y se levantó la falda. ‘Toda la noche. Algunos eran viejos y otros todavía tenían acné. Todos se subieron arriba mío. Hacían fila. Perdí la cuenta pero fueron no menos de 20 hombres’, dijo antes de estallar en lágrimas. Después se tiró encima de mí y me dijo que yo podía acostarme con ella. ‘Hacé lo que quieras conmigo ¡Pero solo vos!’”. Alemania, Hora Cero Existe una expresión alemana –no sorprende- que define la nueva era que surge tras la caída del nazismo y el triunfo aliado: Stunde Null. Un quiebre radical con el pasado. La Hora Cero de Alemania (y del nuevo mundo). Suele creerse que a partir de ese momento todo cambió para mejor. Pero para que eso sucediera tuvo que pasar mucho tiempo, demasiadas muertes y atravesar desgarros inimaginables. La inercia del dolor, de la muerte, de la destrucción, del horror, de lo inhumano tardó en detenerse. Esa Hora Cero se convirtió en un tiempo tenebroso para los alemanes. No se trataba de la humillación de la derrota. Ni siquiera de la destrucción de sus viviendas e industrias. Fue todo mucho peor. Alemania estaba devastada. El 80 por ciento de su infraestructura fue destruida. En Berlín la cantidad de escombros se contaba por millones de toneladas. Algunos calculan la cifra en 75 millones de toneladas. Un tercio de las viviendas estaban completamente deshechas. Toda la ciudad era un gigantesco y decadente incendio. Vasili Grossman dijo que “desde afuera de la ciudad se veía un incendio espeluznante, el peor que he visto en mi vida (y he visto muchos)”. No había suministro de agua, luz y gas. Era un paisaje postapocalíptico (en el sentido literal del término). Una imagen: Una mujer camina con dificultad entre las piedras. Arrastra un carro con unas pocas pertenencias, lo único que le quedó. En la cara lleva todo el cansancio y el dolor posible. Detrás de ella, sus hijos. La más chica debe tener 6 y el más grande 12. Están abrigados, un pañuelo cubre sus bocas y sus miradas están vacías. Alrededor, cada edificio, que se ve está destruido. Solo quedan estructuras corroídas por las bombas. En toda la ciudad no debe haber resistido el vidrio de ninguna ventana. Por esos huecos se asoman brazos de fuego. No se distingue la calle de lo que fue la vereda. Los escombros se amontonan con desorden en cada metro cuadrado. Las columnas de humo, erguidas y fantasmales, funcionan como telón de fondo. |
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Después de varios días de desabastecimiento absoluto, el comandante soviético dio la orden de alimentar a la población en grande ollas populares | ||
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Peleas por los alimentos La escasez de comida en los últimos días de la guerra se transformó en un problema severo. Cuando algún producto llegaba a un negocio, la voz corría a gran velocidad y se formaban largas colas. A veces la necesidad era tan grande que las filas se mantenían invariables en medio de los bombardeos. Los que la integraban no se movían de su sitio, no corrían como hubieran hecho en otro momento a un refugio antiaéreo, para no perder su lugar. Los alimentos estaban racionados y cada vez había menos. El general Berzarin ordenó instalar cocinas de campaña en las calles destruidas para alimentar a la población civil. Los grandes depósitos con comida, que antes se comerciaban en el mercado negro, fueron saqueados por los soldados soviéticos que utilizaron esos bienes para saciar su hambre y para conseguir saciar otros apetitos. Más allá de que empezó a funcionar el trueque como paliativo, muchos alemanes también robaban. Se instaló un nuevo término: Fringsen que siginificaba algo así como “robar para subsisitir”. Se originó en unos dichos de un cardenal de Colonia, Joseph Frings, que dio su bendición a los que robaban para alimentar a sus familias. Existen también rumores de que ante el desesperante cuadro hubo quienes incurrieron en el canibalismo. Los soldados del Ejército Rojo recibieron un permiso especial. Podían enviar un bulto de hasta 5 kilos a su hogar. Los soldados mandaban, literalmente, cualquier cosa. Jarrones, manteles, lámparas, lapiceras, joyas, zapatos, vestidos, tapados. Todo era producto de un saqueo sistemático y descontrolado. Anthony Beevor en su libro Berlín. La caída cuenta que un soldado quiso despachar a su casa una sierra, sin ningún embalaje y con la dirección de la casa del padre escrita en la hoja. Otras llevaban cajas con un peso que superaba en tres o cuatro veces el límite permitido. Exigían que igual las hicieran llegar a la Unión Soviética en virtud del esfuerzo realizado en la campaña. Uno de los bienes más preciados eran los relojes. Los rusos demostraban devoción por ellos. Los berlineses eran interceptados por las calles y el artefacto arrancado de su muñeca. Varios soldados llevaban en cada brazo tres o cuatro relojes. Aglia Nesteruk, una sargento de transmisiones, le contó a la Premio Nobel Svetlana Alexievich: “Algunos enviaban zapatos. Los alemanes los hacían muy resistentes, relojes muy buenos, tapados de piel. Yo fui incapaz. No pude agarrar nada. Cuando volví le conté a mi madre, ella me abrazó: ‘Yo tampoco hubiera podido agarrar nada. Ellos mataron a tu padre’”. |
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La ciudad quedó devastada. Todo era escombros. Durante mucho tiempo no hubo electricidad ni agua potable | ||
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El horror de las violaciones masivas Pero había otro botín de guerra que por el que los vencedores se peleaban. Berlín se convirtió en un coto de caza de mujeres de todas las edades. Los soldados soviéticos se dedicaron a violarlas bajo cualquier circunstancia. Adolescentes, adultas, ancianas, fuertes o enfermas fueron sometidas por soldados que celebraban con algarabía cada uno de estos violentos abusos. De nenas de 12 años a señoras de 70. Según el historiador William Hitchcock la mayoría fue abusada en repetidas ocasiones. Algunas sufrieron 60 violaciones. Se calcula que 10 mil mujeres murieron a causa de estos hechos ya sea directamente por las agresiones recibidas, por complicaciones con los abortos o por suicidio. “Recuerdo a una alemana violada. Yacía desnuda y en la entrepierna le habían metido una granada. Ahora siento vergüenza pero en ese momento no la sentí. Una vez unas mujeres alemanas llegaron a nuestro batallón para ver al comandante, lloraban. Cuando el médico las revisó vio que tenían heridas ahí. Estaban completamente desgarradas. Las bombachas estaban completamente teñidas por la sangre”, dice A. Ratkina en el testimonio recogido por Alexeivich en La guerra no tiene rostro de mujer. La mujer luego le pidió a Svetlana que no publicara eso, que borrara el cassette, al tiempo que decía: “Es verdad. Todo es verdad”. La comandancia del Ejército Rojo se mostró complaciente con estas aberraciones. No había órdenes pero tampoco castigos ni voluntad de interrumpir la cadena de atrocidades. Algunos sostienen que hubo un periodo de gracia en el que se permitía cualquier cosa. La represión y sanción de las violaciones tardó meses en llegar. Alguna vez alguien se animó a reclamarle a Stalin, quien respondió: “Eran muchachos que hicieron miles de kilómetros luchando, arriesgando su vida, tenían derecho a pasarla bien con una mujer y quedarse con algunas nimiedades para mandar a sus familias”. Volvamos al diario del Teniente Gelfand. En su paso hacia Berlín se cruza con algunos batallones enclenques y mal aprovisionados integradas, ante la escasez de hombres, sólo por mujeres. Consigna Gelfand: “Las alemanas que capturábamos decían que estaban vengando a sus maridos muertos. Debemos destruirlas sin misericordia. Muchos de mis compañeros quieren apuñalarlas en sus genitales y violarlas, pero yo solo las ejecutaría”. |
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Algunos afirman que hubo más de dos millones de violaciones en Berlín en las semanas posteriores a la victoria aliada (Getty Images) | ||
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Un diario del horror Una periodista llevó un diario de esos días de 1945. Con el tiempo ese cuaderno fue encontrado y publicado, con el título de Una mujer en Berlín. La autora permaneció en el anonimato. El texto es un testimonio cruel, seco y revelador. Cuenta como un atardecer la vinieron a buscar para que con sus conocimientos rudimentarios de ruso hiciera desistir a unos soldados soviéticos de violar a la dueña de un local de venta de bebidas alcohólicas. La mujer tenía varios kilos de más. Los soviéticos las preferían de esa manera, consideraban que más carne implicaba más vida. El primer blanco de los violadores eran las mujeres más rellenas. Pero en Berlín eran pocas las personas que mantenían su peso. La mayoría había bajado muchos kilos en los últimos meses. Como el negocio de la señora funcionaba (todos compraban alcohol para olvidar los malos momentos) se convirtió en uno de los primeros objetivos de las violaciones. Cuando nuestra periodista fue a mediar encontró a la mujer en el suelo rodeada de soviéticos en medio de un refugio. Había muchos otros civiles alemanes que miraban impávidos. La conversación con la recién llegada distrajo a los soldados que salieron del refugio para parlamentar e hicieron que ella los siguiera. Ya en el pasillo comenzaron a tironear de la intérprete. Rasgaron su vestido, destrozaron la ropa interior. La puerta del refugio se cerró de inmediato. La habían dejado sola. Cuando los tres soldados soviéticos se cansaron y se marcharon, ella regresó pero para que le abrieran tuvo que asegurarles que los soldados se habían ido. Cuando ingresó, los increpó porque la habían abandonado. Nadie pudo mirarla a los ojos. La autora, al avanzar las páginas de ese libro que refleja los hechos y la atmósfera de esos días en Berlín, cuenta que negoció con ella misma para intentar sobrevivir y aceptaba las visitas de un comandante del Ejército Rojo. De esa manera dejaba de ser la presa de decenas de soldados. Entre un episodio y otro solo había pasado una semana. Una Mujer en Berlín tiene una historia extraordinaria. La autora tomó estos apuntes durante abril, mayo y junio del 45. En tres cuadernos de papel muy malo, grisáceo y rústico, papel de guerra. Tenía dos lápices maltrechos que había podido guardar. Escribía a la luz de las velas. No había energía eléctrica en la ciudad. Le confió el manuscrito a un editor alemán que consiguió un gran éxito en Estados Unidos, firmando con seudónimo, con el libro Dioses, Tumbas y Sabios. Se publicó primero en inglés, Después se tradujo a varios idiomas y tardó seis años en aparecer en Alemania. No tuvo demasiada repercusión. Recibió críticas agrias y se acusó a la autora de inmoral. Los alemanes no estaban preparados ni dispuestos a escuchar ciertas verdades. Cuando Hans Magnus Enzesberger se puso en contacto con la viuda del editor original supo la identidad de la autora pero también supo que la mujer no quería que se reeditara en su país hasta que ella estuviera muerta. Muchos años después, ya en el nuevo milenio, Enzesberger recibió el llamado que le informaba de la muerte de la autora anónima y del permiso para reeditarlo. A veces, sin embargo, no se trataba de un ataque artero en una calle o en la intrusión a un domicilio privado. A algunas mujeres les golpeaban la puerta con comida en la mano. Algún oficial traía un pedazo de carne o algunas verduras para que la alemana que vivía en ese lugar le cocinara. Ellas debían simular que todo estaba bien, que se trataba de una situación natural. Luego de la amable cena, el militar abusaba sexualmente de la dueña de casa. Vassili Grossman, corresponsal de guerra y autor de Vida y Destino, cuenta que un francés se le acercó y lo alertó: “Lo que sus soldados están haciendo con las mujeres es una vergüenza imperdonable”. Los soviéticos acumulaban odio contra los nazis. Cualquier “devolución” les parecía apropiada, nada era desmedido para ellos. Los habitaba la convicción de que los alemanes se merecían lo peor. La anuencia y falta de castigo por parte de las autoridades de la fuerza vencedora colaboró para que las violaciones se repitieran. La impunidad era la norma. A todo ella debe tenerse en cuenta la deshumanización que provoca la guerra, que hace que aún lo más aberrante parezca soportable o proporcionado. |
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Algunas mujeres se disfrazaban de varones, otras trataban de escapar de la ciudad. Pero la mayoría, sin importar la edad, no pudieron escapar (Getty Images) | ||
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Svetlana Alexeivich recoge
otro testimonio: “Éramos jóvenes, fuertes y
hacía cuatro años que no estábamos con una mujer.
Entonces salimos a cazar alemanes. Diez hombres abusaban de una chica.
No había demasiadas mujeres. Se escapaban y escondían.
Entonces si encontrábamos a una chica de 12 o 13 la
agarrábamos. Si gritaba mucho le poníamos un trapo en la
boca. Nos parecía divertido en ese momento. Recién ahora
me doy cuenta de lo que hacíamos. Pero ese era yo”. Otro punto fue la bebida. Los jerarcas nazis habían decidido no destruir las reservas de alcohol del país en su repliegue hacia Berlín. La hipótesis que manejaron era que los soviéticos, con su propensión cultural al alcohol sumada a la larga abstinencia, arrasarían con esas bebidas almacenadas y su capacidad de combate disminuiría de manera notable. Creían que esa era su chance de vencerlos. Pero el cálculo, una vez más, resulto erróneo. Ese alcohol tomado desbocadamente convirtió la situación en más inmanejable todavía. Ocultar el horror Estos sucesos no fueron demasiados difundidos. Primó el silencio y el ocultamiento durante décadas. Lo motivos fueron diversos. Por un lado el régimen soviético desmintió y desestimó las acusaciones. Como solía hacer, el Kremlin aducía que todo se trataba de una campaña de desprestigio coordinada desde Occidente, que el Hombre Nuevo Comunista era incapaz de tales actos. Por su parte las mujeres alemanas callaban por vergüenza; ocultaban el ultraje para evitar ser mal miradas, para no tener que cargar con semejante peso. Pero en Alemania había otra causa de silencio: los hombres de esas mujeres las hacían callar; eran ellos los que no querían que esas historias terribles tuvieran difusión. En algún momento, al haber sido tan frecuentes las violaciones, las mujeres empezaron a compartir sus experiencias entre sí. Eran muchas las que habían sufrido lo mismo. De esa manera, las experiencias individuales, se transformaba en una experiencia colectiva. Las excepciones eran las que habían logrado evitar ser violadas. Las cifras que los historiadores manejan son escalofriantes. Se cree que hubo en ese periodo alrededor de dos millones de violaciones en toda Alemania. Algunas mujeres eran abusadas por 20 hombres que se turnaban. Aumentó también el número de abortos de manera drástica. Se calcula que el 90 por ciento de los embarazos producto de esos eventos fueron interrumpidos en clínicas de Alemania. Hubo un incremento dramático en los casos de suicidios femeninos y de las muertes provocados por estos. A los chicos que nacieron nueve meses más tarde se los conoció como “los bebés rusos”. Aunque menos masivas y sistemáticas, también hubo violaciones de los soldados norteamericanos. Son múltiples los testimonios que dan cuenta de eso. Alemania, en esos meses después de la rendición, fue el escenario del fenómeno más significativo y terrible de violaciones masivas en la historia moderna. El Stunde Null, la Hora Cero de Alemania fue, también, un tiempo de escombros, de hambre, de dolor. |
© Infobae
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HISTORIAS | ||
02.05.2023 |
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Das Schicksal der Frauen nach dem Fall Berlins: Massenvergewaltigungen durch Soldaten der Roten Armee und eine Welle von Selbstmorden |
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Das Ende des Krieges wird oft als Deutschlands „Stunde Null“ bezeichnet. Doch Frieden und Wohlstand stellten sich nicht unmittelbar ein. Vielmehr folgten Schmerz, Entsetzen und ein langer Schatten des Krieges. Es herrschten Nahrungsmittelknappheit, Hunger und Missbrauch. Kinder, die etwa neun Monate nach dem Einmarsch der Roten Armee geboren wurden, wurden als „russische Babys“ bekannt – ein Begriff, der stillschweigend auf die massenhaften Vergewaltigungen deutscher Frauen durch sowjetische Soldaten hinwies. Die Gründe für das anschließende Schweigen liegen tief: Scham, Angst, gesellschaftliche Ächtung, politische Tabuisierung – all das trug dazu bei, dass viele Betroffene jahrzehntelang nicht über ihr Leid sprechen konnten. Auch staatliche Narrative verdrängten das Thema, weil es nicht zur offiziellen Erinnerungskultur passte – weder in Ost- noch in Westdeutschland. |
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PorMatías Bauso | ||
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Der Fall Berlins hinterließ die Stadt in Trümmern. Seine Bewohner litten Hunger und viel Schmerz. Frauen wurden systematisch vergewaltigt (Getty Images) | ||
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Berlin, Mai 1945. Wer glaubte, das Schlimmste sei überstanden, irrte sich. Wladimir Gelfand war Leutnant der Roten Armee. Er war jung, Ukrainer und Jude. Er hatte jahrelang gekämpft. Nun rückte er gegen Berlin vor. Im Geheimen führte er ein Tagebuch über seine Zeit an der Front – obwohl dies von seinen Vorgesetzten verboten war. Sie fürchteten, dass solches Material dem Feind in die Hände fallen könnte, und ebenso, dass darin enthaltene Kritik an das Kommando oder die politischen Führer gelangen würde. Gelfand war nun in Berlin. In seiner Freizeit nahm er ein Fahrrad, das er in gutem Zustand vorgefunden hatte, und fuhr damit am Spreeufer entlang. Auf einem seiner Spaziergänge begegnete er einer Gruppe deutscher Frauen. Er schrieb in sein Tagebuch: „Ich kam an mehreren deutschen Frauen vorbei, die in einer Gruppe gingen. Sie trugen Koffer und verschiedene Pakete. So gut ich mit meinem schlechten Deutsch konnte, fragte ich sie, wohin sie gingen und warum sie ihre Häuser verließen. Mit Entsetzen im Gesicht erzählten sie mir, was ihnen in der ersten Nacht widerfahren war, als die Rote Armee in die Stadt einzog. ‚Sie haben mich vergewaltigt‘, sagte eine der jüngeren Frauen und hob ihren Rock hoch. ‚Die ganze Nacht. Einige waren alt und einige hatten noch Akne. Sie kletterten alle auf mich. Ich habe aufgehört zu zählen – es waren nicht weniger als 20.‘ Dann brach sie in Tränen aus. Plötzlich sprang sie auf mich zu und sagte: ‚Bleib bei mir! Mach mit mir, was du willst, aber nur du allein!‘“ Deutschland, Stunde Null Im Deutschen gibt es – wenig überraschend – einen Ausdruck, der den Beginn einer neuen Ära nach dem Zusammenbruch des Nationalsozialismus und dem Sieg der Alliierten markiert: Stunde Null. Sie stand für einen radikalen Bruch mit der Vergangenheit. Die Stunde Null Deutschlands – und einer neuen Welt. Oft wird angenommen, dass sich von diesem Moment an alles zum Besseren wandte. Doch der Weg dorthin war lang, voller Opfer, Leid und unzähliger Tränen. Die Trägheit von Schmerz, Tod, Zerstörung, Schrecken und Unmenschlichkeit ließ sich nicht mit einem Schlag überwinden. Für viele Deutsche bedeutete die Stunde Null eine düstere Zeit. Es ging nicht nur um die Demütigung einer Niederlage, nicht allein um die Zerstörung von Städten und Industrie – es war weit mehr als das. Deutschland lag in Trümmern. 80 % seiner Infrastruktur war zerstört. In Berlin wurde die Schuttmenge auf bis zu 75 Millionen Tonnen geschätzt. Ein Drittel aller Häuser war völlig zerstört. Die gesamte Stadt war ein rauchender Leichnam. Der sowjetische Schriftsteller Wassili Grossman schrieb: „Außerhalb der Stadt wütete ein Feuer – das schrecklichste, das ich je gesehen habe. Und ich habe viele gesehen.“ Es gab weder Wasser, noch Strom, noch Gas. Die Landschaft war buchstäblich postapokalyptisch. Ein Bild: Eine Frau schleppt sich mühsam zwischen Trümmern hindurch. Sie zieht einen Karren mit einigen wenigen Habseligkeiten hinter sich her – das Einzige, was ihr geblieben ist. Ihr Gesicht ist gezeichnet von Erschöpfung und Schmerz. Hinter ihr ihre Kinder. Der Jüngste etwa sechs, der Älteste vielleicht zwölf. Ein Tuch bedeckt ihre Münder, ihre Blicke sind leer. Um sie herum nur zerstörte Gebäude. Keine Fensterscheibe hat den Bomben standgehalten. Aus den schwarzen Löchern ragen Maschinengewehre. Gehweg und Straße sind nicht mehr zu unterscheiden. Überall türmen sich die Trümmer. Aus der Ferne ragen Rauchschwaden auf – schmal und geisterhaft wie stumme Zeugen der Vernichtung. |
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Nach mehreren Tagen absoluter Knappheit gab der sowjetische Befehlshaber den Befehl, die Bevölkerung in großen Volkstöpfen zu ernähren | ||
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Streit ums Essen In den letzten Tagen des Krieges wurde die Nahrungsmittelknappheit zu einem akuten Problem. Wenn ein Produkt in einem Geschäft ankam, verbreitete sich die Nachricht in Windeseile, und es bildeten sich sofort lange Schlangen. Mitunter war die Not so groß, dass die Wartenden selbst unter Bombenangriffen ihren Platz nicht verließen. Sie rannten nicht, wie sie es sonst vielleicht getan hätten, in die Luftschutzkeller – aus Angst, ihren Platz in der Schlange zu verlieren. Die Lebensmittel wurden streng rationiert, und die Mengen nahmen täglich ab. General Bersarin ordnete an, in den zerstörten Straßen Feldküchen einzurichten, um die Zivilbevölkerung zu versorgen. Große Lagerhäuser, in denen sich zuvor Waren befanden, die auf dem Schwarzmarkt gehandelt worden waren, wurden nun von sowjetischen Soldaten geplündert, die diese Vorräte sowohl zur Stillung ihres Hungers als auch zur Befriedigung anderer Bedürfnisse nutzten. Neben dem blühenden Tauschhandel stahlen auch viele Deutsche, um zu überleben. Es entstand ein neuer Begriff: „Fringsen“ – ein umgangssprachlicher Ausdruck für das Stehlen zum Überleben. Der Begriff geht auf eine Predigt des Kölner Kardinals Joseph Frings zurück, der denjenigen seinen Segen erteilte, die stahlen, um ihre Familien ernähren zu können. Inmitten dieser Verzweiflung kursierten sogar Gerüchte über Fälle von Kannibalismus. Soldaten der Roten Armee erhielten eine Sondergenehmigung: Sie durften Pakete von bis zu 5 Kilogramm in die Heimat schicken. Dabei ließen sie sich kaum einschränken. Sie packten buchstäblich alles ein – Vasen, Tischdecken, Lampen, Stifte, Schmuck, Schuhe, Kleider, Decken. Diese Gegenstände waren meist das Ergebnis systematischer und unkontrollierter Plünderungen. Anthony Beevor berichtet in seinem Buch Berlin: Der Untergang 1945, dass ein sowjetischer Soldat eine Säge ohne Verpackung verschicken wollte – die Adresse seines Vaters war direkt auf das Sägeblatt geschrieben. Andere trugen Pakete, die das zugelassene Gewicht um das Drei- oder Vierfache überschritten. Sie verlangten dennoch, dass ihre Sendungen in die Sowjetunion weitergeleitet würden, da sie sich dies „durch ihre Leistungen an der Front verdient“ hätten. Zu den begehrtesten Gütern gehörten Armbanduhren. Die sowjetischen Soldaten hegten für sie eine besondere Vorliebe. In Berlin wurden Passanten auf der Straße angehalten und ihnen die Uhren vom Handgelenk gerissen. Manche Soldaten trugen drei oder vier Uhren an jedem Arm. Aglia Nesteruk, Funkerin in der Roten Armee, sagte gegenüber der Literaturnobelpreisträgerin Swetlana Alexijewitsch: „Manche haben Schuhe geschickt. Die Deutschen stellten sehr haltbare, sehr gute Uhren her, die mit Leder überzogen waren. Ich konnte es nicht. Ich konnte nichts mitnehmen. Als ich zurückkam, sagte ich das meiner Mutter. Sie umarmte mich: ‚Ich hätte auch nichts nehmen können. Sie haben deinen Vater getötet.‘“ |
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La ciudad quedó devastada. Todo era escombros. Durante mucho tiempo no hubo electricidad ni agua potable | ||
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Der Schrecken einer Massenvergewaltigung Doch es gab eine weitere Form von Kriegsbeute, um die sich die Sieger bemühten. Berlin wurde zum Jagdrevier für Frauen jeden Alters. Soldaten der Roten Armee setzten alles daran, sie unter allen Umständen zu vergewaltigen. Jugendliche, Erwachsene, Alte, Gesunde oder Kranke wurden von Soldaten misshandelt, die jede dieser Gewalttaten mit Lachen oder unverständlichem Kauderwelsch begleiteten. Von 12-jährigen Mädchen bis hin zu 70-jährigen Frauen war niemand sicher. Der Historiker William Hitchcock berichtet, dass die meisten von ihnen wiederholt missbraucht wurden. Einige Frauen wurden bis zu 60 Mal vergewaltigt. Schätzungen zufolge starben etwa 10.000 Frauen an den unmittelbaren oder mittelbaren Folgen – durch die erlittenen Verletzungen, Komplikationen bei Abtreibungen oder durch Selbstmord. „Ich erinnere mich an die Vergewaltigung einer Deutschen. Sie lag nackt da, und zwischen ihre Beine hatte man eine Granate gesteckt. Heute schäme ich mich dafür, aber damals habe ich nichts empfunden. Als einige deutsche Frauen zu unserem Bataillon kamen, um den Kommandeur zu sprechen, weinten sie. Als der Arzt sie untersuchte, stellte er fest, dass sie dort Wunden hatten. Sie waren völlig zerrissen. Das Höschen war komplett mit Blut befleckt“, berichtet A. Ratkina in einer Aussage, die Swetlana Alexijewitsch in Der Krieg hat kein weibliches Gesicht festgehalten hat. Die Frau bat Alexijewitsch später, dies nicht zu veröffentlichen und die Aufnahme zu löschen. Sie sagte: „Es ist wahr. Alles ist wahr.“ Die Führung der Roten Armee zeigte sich gegenüber diesen Verfehlungen gleichgültig oder sogar zufrieden. Es wurden weder klare Verbote ausgesprochen noch Strafen verhängt, und es fehlte der Wille, diese Kette der Gewalt zu durchbrechen. Einige Historiker argumentieren, dass es eine Art informelle Schonfrist gegeben habe, in der alles erlaubt war. Es dauerte Monate, bis erste disziplinarische Maßnahmen gegen diese Verbrechen ergriffen wurden. Als jemand es wagte, Stalin mit den Vorfällen zu konfrontieren, soll er geantwortet haben: „Das waren Jungen, die Tausende Kilometer unter Einsatz ihres Lebens marschiert sind. Sie hatten das Recht, mit einer Frau Spaß zu haben und ein paar Kleinigkeiten mitzunehmen, um sie ihren Familien zu schicken.“ Kehren wir zum Tagebuch von Leutnant Wladimir Gelfand zurück. Auf dem Weg nach Berlin traf er auf einige kümmerliche und schlecht versorgte Bataillone, die angesichts des Männermangels ausschließlich aus Frauen bestanden. Gelfands Eintrag lautete: „Die deutschen Frauen, die wir gefangen genommen haben, sagten, sie würden ihre toten Ehemänner rächen. Wir müssen sie gnadenlos vernichten. Viele meiner Altersgenossen wollen ihnen in die Genitalien stechen und sie vergewaltigen, aber ich würde sie einfach hinrichten.“ |
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Einige behaupten, dass es in Berlin in den Wochen nach dem Sieg der Alliierten mehr als zwei Millionen Vergewaltigungen gegeben habe. (Getty Images) | ||
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Ein Horrortagebuch Ein Journalist führte während dieser Tage des Jahres 1945 ein Tagebuch. Mit der Zeit wurde dieses Notizbuch entdeckt und unter dem Titel Eine Frau in Berlin veröffentlicht. Der Name des Autors blieb anonym. Der Text stellt ein grausames, nüchternes und aufschlussreiches Zeugnis dar. Die Autorin beschreibt, wie man sie eines Abends aufsuchte, um mit ihren rudimentären Russischkenntnissen einige sowjetische Soldaten davon abzuhalten, die Besitzerin eines Alkoholladens zu vergewaltigen. Die Frau war übergewichtig. Die sowjetischen Soldaten bevorzugten solche Frauen, da sie glaubten, mehr Fleisch bedeute mehr Leben. Die rundlichsten Frauen waren somit ihr erstes Ziel. Doch in Berlin hatten nur wenige Menschen ihr Gewicht gehalten. Die meisten hatten in den letzten Monaten viele Kilo verloren. Als das Geschäft der Frau florierte – alle kauften Alkohol, um die schlimmen Zeiten zu vergessen – wurde sie zu einem der ersten Ziele der Vergewaltigungen. Als die Journalistin eintraf, fand sie die Frau auf dem Boden, umringt von sowjetischen Soldaten, mitten in einem Luftschutzkeller. Viele andere deutsche Zivilisten sahen ungerührt zu. Das Gespräch mit der Neuankömmling lenkte die Soldaten ab. Sie traten aus dem Bunker, um mit ihr zu verhandeln. Bereits im Flur begannen sie, die Dolmetscherin zu packen. Sie rissen ihr das Kleid und die Unterwäsche vom Leib. Die Tür des Bunkers wurde sofort geschlossen. Man hatte sie allein gelassen. Erst als die drei Soldaten müde wurden und gingen, kehrte sie zurück. Um Einlass zu erhalten, musste sie den Menschen im Inneren versichern, dass die Soldaten fort seien. Als man ihr öffnete, machte sie den Anwesenden Vorwürfe, weil sie sie zurückgelassen hatten. Niemand konnte ihr in die Augen sehen. Im weiteren Verlauf des Buches, das die Atmosphäre und die Ereignisse jener Tage in Berlin dokumentiert, berichtet die Autorin, dass sie mit sich selbst verhandelte, um zu überleben. Sie akzeptierte regelmäßige Besuche eines Kommandeurs der Roten Armee. So wurde sie nicht mehr zur Beute Dutzender Soldaten. Zwischen den beschriebenen Episoden lag oft nur eine Woche. Eine Frau in Berlin hat eine außergewöhnliche Geschichte. Die Autorin verfasste ihre Aufzeichnungen im April, Mai und Juni 1945 – in drei Notizbüchern aus minderwertigem, grauem und grobem Papier: Kriegspapier. Sie benutzte zwei abgenutzte Bleistifte, die sie retten konnte. Sie schrieb bei Kerzenlicht, denn in der Stadt gab es keinen Strom. Das Manuskript vertraute sie einem deutschen Verleger an, der in den USA großen Erfolg hatte und unter Pseudonym das Buch Gods, Graves and Wise Men herausgab. Zunächst erschien es auf Englisch, dann in mehreren anderen Sprachen. Erst sechs Jahre später kam es in Deutschland heraus – und hatte dort nur geringe Resonanz. Es wurde scharf kritisiert; man warf der Autorin Unmoral vor. Die Deutschen waren weder bereit noch willens, bestimmte Wahrheiten zu hören. Als Hans Magnus Enzensberger später die Witwe des ursprünglichen Verlegers kontaktierte, erfuhr er den Namen der Autorin – und dass sie verfügte, das Buch dürfe in Deutschland erst nach ihrem Tod neu erscheinen. Viele Jahre später, im neuen Jahrtausend, erhielt Enzensberger einen Anruf: Die Autorin war verstorben. Damit war die Veröffentlichung erneut erlaubt. Doch es war nicht immer ein Überfall auf der Straße oder ein Einbruch in ein Privathaus. Manche Frauen erhielten Besuch – mit Lebensmitteln in der Hand. Ein sowjetischer Offizier brachte ein Stück Fleisch oder etwas Gemüse und bat darum, bekocht zu werden. Die Frauen mussten so tun, als sei alles in Ordnung, als sei es eine natürliche Situation. Nach dem freundlichen Abendessen wurde die Hausbesitzerin dann sexuell missbraucht. Wassili Grossman, Kriegskorrespondent und Autor von Leben und Schicksal, berichtete, ein französischer Offizier sei zu ihm gekommen und habe gesagt: „Was Ihre Soldaten den Frauen antun, ist eine unverzeihliche Schande.“ Die sowjetischen Soldaten häuften ihren Hass auf die Deutschen an. Jede Form von „Rückgabe“ erschien ihnen angemessen. Nichts war ihnen zu viel. Sie waren überzeugt, dass die Deutschen das Schlimmste verdienten. Die Duldung und das Ausbleiben von Strafen seitens der sowjetischen Führung trugen zur Fortsetzung der Gewalt bei. Straflosigkeit war die Norm. Hinzu kam die durch den Krieg verursachte Entmenschlichung, die selbst das Grausamste als hinnehmbar oder gerechtfertigt erscheinen ließ. |
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Einige Frauen verkleideten sich als Männer, andere versuchten, aus der Stadt zu fliehen. Aber die meisten, unabhängig vom Alter, konnten nicht entkommen (Getty Images) | ||
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Swetlana Alexijewitsch dokumentiert ein weiteres Zeugnis: „Wir waren jung, kräftig und hatten seit vier Jahren keine Frau mehr gesehen. Also machten wir Jagd auf Deutsche. Zehn Männer vergingen sich an einem Mädchen. Es gab nicht viele Frauen. Sie waren geflohen und versteckten sich. Wenn wir also ein Mädchen im Alter von zwölf oder dreizehn Jahren fanden, schnappten wir es uns. Wenn sie zu laut schrie, steckten wir ihr einen Lappen in den Mund. Damals erschien uns das normal. Erst jetzt begreife ich, was wir getan haben. Aber das war ich.“ Ein weiterer Aspekt war der Alkohol. Die nationalsozialistische Führung hatte beschlossen, bei ihrem Rückzug nach Berlin die Alkoholvorräte des Landes nicht zu vernichten. Sie gingen davon aus, dass die sowjetischen Soldaten – aufgrund ihrer kulturellen Neigung zum Alkohol und der langen Abstinenz – diese Vorräte plündern würden, was ihre Kampfkraft erheblich schwächen würde. Die Hoffnung bestand darin, einen Vorteil daraus zu ziehen. Doch diese Berechnung erwies sich als falsch. Der exzessive Alkoholkonsum machte die Situation noch unkontrollierbarer. Den Schrecken verbergen Diese Ereignisse wurden nicht öffentlich gemacht. Jahrzehntelang herrschte Schweigen und Verdrängung. Die Gründe dafür waren vielfältig. Einerseits wies das sowjetische Regime die Vorwürfe strikt zurück. Wie üblich behauptete der Kreml, es handle sich um eine koordinierte Verleumdungskampagne des Westens, und der neue kommunistische Mensch sei zu solchen Taten gar nicht fähig. Auf deutscher Seite schwiegen viele Frauen aus Scham. Sie verbargen ihre Erlebnisse, um nicht stigmatisiert und erniedrigt zu werden. Doch auch die Männer dieser Frauen trugen zum Schweigen bei – sie wollten nicht, dass diese schrecklichen Geschichten bekannt wurden. Mit der Zeit jedoch, als sich zeigte, wie verbreitet diese Erfahrungen waren, begannen Frauen, sich einander anzuvertrauen. Viele von ihnen hatten Ähnliches erlebt. So wurden individuelle Erfahrungen zu einem kollektiven Erlebnis. Eine Ausnahme bildeten jene, denen es gelungen war, einer Vergewaltigung zu entgehen. Die Zahlen, mit denen Historiker arbeiten, sind erschütternd. Man schätzt, dass es in dieser Zeit etwa zwei Millionen Vergewaltigungen in Deutschland gegeben hat. Einige Frauen wurden abwechselnd von bis zu zwanzig Männern misshandelt. Auch die Zahl der Abtreibungen stieg drastisch. Etwa 90 % der Schwangerschaften, die aus diesen Gewalttaten resultierten, wurden in deutschen Kliniken abgebrochen. Es kam zu einem dramatischen Anstieg von Selbstmorden und Todesfällen infolge der Gewalt. Die Kinder, die neun Monate später geboren wurden, nannte man „russische Babys“. Wenn auch weniger systematisch und flächendeckend, so kam es dennoch auch zu Übergriffen durch US-amerikanische Soldaten. Verschiedene Zeugnisse bestätigen dies. Deutschland war in den Monaten nach der Kapitulation Schauplatz der bedeutendsten und schrecklichsten Massenvergewaltigungen der modernen Geschichte. Die sogenannte Stunde Null bedeutete nicht nur einen politischen und militärischen Neuanfang – sie war auch eine Zeit der Trümmer, des Hungers und des tiefen menschlichen Leids. |